El paraguas y el silencio
El paraguas y el silencio
Este texto no es un cuento realmente. Fue menos que un post malo de facebook, sin valor literario que hice en algún momento para probar como subir a goodreads y como vender libros en la app store de Apple.
Eso me hizo aprender que no se pueden elimnar libros de goodreads y que no valía la pena vender libros en formato digital.
El paraguas y el silencio en Apple Books
Saludos.
I.A. Galdames
EL paraguas y el silencio
El paraguas y el silencio Llego tarde de una reunión. Todo el silencio de mi casa casi vacía se interrumpe por el bolso viejo y la chaqueta de cuero mojada que caen en cualquier lugar debido a mi carrera por ir al baño. En el baño, todo el piso está mojado. El agua de lluvia entró por la ventana abierta y mojó todo. Incluyendo el papel confort barato, que compré de oferta en la feria un día sábado nublado por la mañana cuando me antojé de comer pescado frito con ensalada de tomates con cebolla. Media hora antes de llegar corriendo al baño, camino por la ciudad nocturna, bajo la lluvia. Como siempre. Como antes, cuando tenía más tiempo. Como ya no lo hago regularmente. Me aguanto las ganas de ir al baño en la calle, caminando rápido para alcanzar la última micro. Odio no tener donde llegar en medio de una tarde extendida. Y odio haber tomado un litro de jugo de piña yo solo. Odio no conocer a mucha gente para poder pasar a saludarlos e inofensivamente pedirles permiso para lavar mis manos, como una excusa pudorosa para ir a su baño en vez de orinar en medio de una calle vacía. Sentado en el baño, pensando en el día, pensando en los plazos y todo el trabajo que tengo para la próxima semana, noto un paraguas abierto en medio de la cocina. La puerta abierta del baño apunta directamente hacia mi cocina. Hay un paraguas abierto en medio de la cocina. Un paraguas. Abierto. En medio de la cocina. Pero… ¿Estaba ahí cuando llegué? ¿La cocina está efectivamente tal y cómo la dejé al salir? ¿Silente, vacía y con el paraguas abierto que olvide llevar? Termino de hacer lo que tengo que hacer. Me lavo las manos y camino lentamente. Un paraguas abierto en medio de mi cocina. ¿Por qué me importa tanto? ¿Por qué aquel objeto trivial me fascina y me molesta de la misma manera? ¿De dónde salió? ¿Quien lo dejó ahí? ¿Fui yo? ¿Por qué habría de hacerlo? Si lo hubiera dejado abierto, probablemente lo habría sacado. Habría recordado que las nubes negras y el graznido de los queltehues auguraban lluvia, en vez de ignorar el clima. Entonces quién, si la casa está vacía. Nadie más vive conmigo. Ninguna otra persona comparte mi espacio físico. ¿Por qué alguien entraría y lo dejaría abierto solo para molestarme? Pero no hay nadie. Ni bajo mi cama, ni tras la cortina de baño. Ni dentro del horno. Ni bajo la mesa. Ni tras el refrigerador. Tampoco bajo la cama. Ni en el armario. Ni junto al gato. Ni en el techo. O en la casa de los perros. Ni tampoco tras las sillas del living o entre mis abrigos. ¿Alguien habló?¿Fui yo? Creo que no. Pero el objeto sigue ahí, mirándome, en silencio. Ni la música en la radio ni la televisión evitan que me cuestione. Por más que suba el volumen o cambie los canales tan rápido como puedo. Parece mirarme, mientras yo lo miro. Un té y un pan con palta un poco negra me piden que lo olvide. Lo guardo, tras la mesa de la cocina. Dónde lo guardo normalmente. Dónde debería haber estado. Dónde no estaba. Pero si alguien lo hubiera hecho, si efectivamente alguien hubiera venido de noche, tras terminar de ver las noticias de las nueve de la noche (es un hecho muy sabido que todos, incluso los ladrones y los asesinos a sueldo salen a trabajar después de ver las noticias), tras haber saltado la alta pared de piedra de la casa y de alguna forma hubiera abierto la reja, adivinando donde están los dos pestillos y sin que mis tres perros lo o la (o le, puede ser un algo) hubieran atacado, quizás por conocer a esa persona o ente o por aceptarle el trozo de carne fresca y tibia que lleva regularmente para estos propósitos, ¿Por qué habría dejado una huella de su visita para que más tarde, al llegar yo, lo descubriera y me molestara de sobre manera? ¿Qué debería hacer? Pero si el, ella o eso lo dejaron abierto. ¿Fue un descuido? ¿Un accidente?¿O acaso un mensaje deliberado para que yo lo viera más tarde? Porque si no coincidimos por tiempo, ¿Cómo nos podemos comunicar a través del tiempo inmediato, si no hay un mensaje completo que yo descifre rápidamente? Ya no hay cartas ni largas memorias, solo mini notas o mini señales en un mundo lleno de ellas, dónde estamos dispersos, sin un hogar digital donde poder ser encontrados. Navegamos desnudos y solos por la ciudad extraña buscando, sin ser encontrados, con mensajes personales hechos por una computadora que sabe más de nosotros que nuestra madre, quién yace muerta y olvidada en algún bosque olvidado de Normandía. Vagamos y divagamos como partículas sin colisionar en un universo concurrido, pero lejano. Sabemos a que velocidad vamos pero no donde estamos. O dónde estamos, pero sin poder calcular cuando llegaremos. Encendemos Facebook y Messenger Y Twitter Y MySpace Y Fotolog Y Ping Y Baddu. Y Ello E Instagram Y Snapchat Y Vine Y Periscope Y LinkedIn Y Medium Y Whatssap Y Google Plus. No. Ese último no. Pero no estamos en ninguno, no hablamos, dejamos notas en el espacio y en el tiempo para ser encontradas tiempo más tarde, pero no coincidimos, no nos encontramos. Estamos solos y abandonados en el espacio, contemplado un paraguas abierto sin saber si es una metáfora, una idea, un regalo o un engaño. Un mensaje o una pregunta. Un aviso o un desafío. Consumimos contenidos y no nos alcanza el tiempo para generarlos. Nos mandamos emails con el último video más chistoso que alguien grabó, pero nuestra cámara de $900.000 pesos sigue en el cajón de cosas importantes esperando a que uno compre el último computador pues sólo en él nuestros vídeos se verán bien, en una pantalla retina que no permite jugar. Muerto está quien hizo el paraguas, su inventor y el padre de este. Y muertos están quienes lo venden, pues por internet llega todo a mi casa, y lo peor de todo es que me gusta. Me gusta apretar un botón y no verle el rostro a una vendedor cansado porque su esposa obesa no lo deja tranquilo y sus hijos lo molestan cuando llega a casa sin traerles regalos solo por existir. Me gusta pensar que gracias a eso los niños esclavos pueden comprar un cuarto de cucharada de arroz, en vez de ninguna. Las mismas calles de hoy que no me vieron pasar, alienado y buscando conversaciones con extraños ausentes, me desconocieron y me echaron a mi hogar, más silente aún. ¿Qué queda entonces? Dormir y no pensar, para mañana comprar. Comprar comida para el gato, hecho de muchos otros gatos, ya que su comida está hecha de muchos otros gatos. Como los pollos, también hechos de muchos pollos, porque su comida está hecha de muchos otros pollos. O vacas que comen vacas y se vuelven locas. Mañana cuando salga el sol todos bailarán vestidos, tomados de las manos y se reirán de aquel que viendo un paraguas en medio de su cocina se preguntó que hacía ahí, quizo preguntarle al vacío y ni este le respondió. Y por ese alguien, hablo de mí. Tal vez si este paraguas pudiera volar, todo sería distinto. Llegaría a París y escogería a su mujer más bella para llevármela volando hacia las lunas de Júpiter, un día jueves. Pasaría por Neptuno, sin saber dónde estoy o cuándo estoy, escapando a territorios fríos, casi antárticos. Pero el paraguas apunta hacia el suelo, en silencio. Mañana cavaré un agujero en medio de la cocina y veré hacia adonde apunta. El paraguas es una señal, una flecha que me indica una dirección y un propósito. Compraré una pala, que es mejor que una cuchara de postre no hecha de plata. Quizás llegué hacia una caverna subterránea donde dioses antiguos se sorprendan por mi llegada y juntos desayunaremos cordero asado y huevos revueltos, viendo canal 13 cable por un iPhone con la pantalla rota. Luego veremos los matinales y nos reiremos. En ellos me entrevistarán en vivo y en directo y todos los dioses se reirán de mi, de como pude malinterpretar la señal que ellos me dejaron. Por la tarde bailaremos, los dioses antiguos y yo, frente al televisor con el programa de moda y rezaremos a los techno-dioses antes de ir a dormir. Luego me devolveré en un velero subarrendado y sobre valorado, hecho por hombres topo, para dormir bajo un nogal falso de madera hecho de pinos secos usados en navidad y descartados después de año nuevo, pero antes de las vacaciones de verano. ¿Por qué hay un paraguas abierto en mi cocina? Jamás lo sabré. Es simple, tan simple como el agua que destila de mis zapatos hacia el piso manchado con café barato y/o las sopas chinas instantáneas que derramé más de una vez al asustarme viendo las noticias. Entonces mi gato pasa maullando entre mis piernas, mientras tomo un sorbo de Coca Cola media tibia y con poco gas en un vaso con flores verdes y amarillas. Luego afila sus uñas en el paraguas. Este se cae y se abre en medio de mi cocina.